La participación electoral en la elección legislativa de 2022

Desde 1991, en Colombia, la participación ciudadana en elecciones legislativas no ha superado el 50%.  Significa que la decisión sobre la representación es tomada por un poco menos de la mitad de los ciudadanos habilitados para votar. A pesar de los incentivos existentes para votar, son pocos los ciudadanos que lo hacen. La causa y consecuencia principal de la baja participación de los ciudadanos remite a la baja legitimidad de las instituciones, asunto al que, en el caso colombiano, se deben sumar los episodios de violencia y las dificultades que el proceso electoral supone en algunas regiones del país. 

Los indicadores de participación también dan muchas pistas sobre la forma en que se desarrollan las elecciones, y las dinámicas políticas particulares que tiene cada región del país. Este análisis se centrará en este indicador, utilizando como base los datos del preconteo de los comicios para el senado del año 2022, subrayando que se trata de datos preliminares y que el nivel de participación registrada es susceptible de aumentar levemente en el escrutinio final.

El pasado 13 de marzo, los colombianos acudieron nuevamente a las urnas, esta vez con un doble propósito: determinar la configuración del nuevo Congreso y elegir a tres de los candidatos que competirán por la presidencia.  A pesar de que las campañas al congreso se vieron eclipsadas por la votación para las consultas presidenciales, los comicios legislativos tuvieron un mayor porcentaje de participación que estas últimas. Para el caso concreto de las votaciones para el Senado de la República, la participación ciudadana se ubicó en el 45,7% con 18’034.781 votos.  En comparación con las últimas elecciones de la misma naturaleza en el 2018, la participación se redujo en un 3,8 puntos.

A nivel geográfico, la distribución de la participación electoral muestra que la Costa Caribe y las zonas andinas del país son las que más se destacan en este rubro.  En cambio, regiones de Antioquia, Caquetá, Putumayo, Cauca, la zona pacífica del Valle del Cauca y el sur del Chocó estuvieron abajo del promedio nacional. Las causas de dicho resultado pueden atribuirse a ser zonas poco pobladas, donde es posible que los lugares de votación se encuentren distantes y que los ciudadanos tengan mayores dificultades técnicas para llegar allí. También, es posible que, al tratarse de zonas periféricas del país, la conexión con las instituciones del gobierno central sea mucho más difusa y, en consecuencia, despierte menor interés en participar al asumir que se presentan unos altos costos de transacción que reportan pocos beneficios. Finalmente, tienen en común estas zonas del sur y frente pacífico del país ser altamente afectadas por el conflicto y por la presencia de grupos violentos que limitan y condicionan la participación política de los ciudadanos.

En el otro extremo, la alta participación se concentra en la Costa Caribe: Córdoba, Sucre, Bolívar, Atlántico y Magdalena tienen en todos sus municipios participación superior al 40%. Si bien la condición socioeconómica y de infraestructura en estas regiones es superior a la del sur del país, la explicación del fenómeno no remite exclusivamente a este factor. En cambio, las explicaciones más certeras para los altos niveles de participación en esta región del país deben estar dadas desde las perspectivas de las dinámicas políticas particulares de estos departamentos. Es bien sabido que la región es fortín de varios poderes regionales fuertes en cabeza de algunas familias que se disputan a través de partidos como el Conservador, Cambio Radical y el Partido de la U la posibilidad de alcanzar posiciones de poder y partidas presupuestales en las instituciones centrales. Además de las dinámicas clientelistas y gamonalistas muy presentes en la Costa Caribe del país (aunque no exclusivamente ahí), hay que evocar el importante papel de intermedicación que tienen los congresistas entre el gobierno central y los intereses regionales.  Para las otras regiones del país con altos porcentajes de participación, se evidencia que en su mayoría, la participación se concentra en los centros urbanos de los departamentos, especialmente de aquellos en la región andina.  Allí, se vislumbra que existen grandes diferencias entre las regiones urbanas y rurales del país en el ámbito electoral. Así, las capitales del centro del país y algunas del occidente y sur del país como Cali y Pasto se destacan por sus altos niveles de participación. Para estos lugares la explicación es de tipo sociodemográfico por tratarse de lugares donde la población accede a mejores condiciones de vida y mayores niveles educativos, cuyo resultado es un mayor interés en los asuntos políticos y un electorado más informado, crítico y cuya participación es usualmente catalogada como de “opinión”.  En consecuencia,  dentro de estos territorios logran predominancia partidos como el Pacto Histórico, la Alianza Verde, Centro Democrático y el Partido Liberal. 

Igualmente interesante será observar cómo cambió la distribución geográfica de la abstención entre el año 2018 y el 2022. La ilustración 2 da cuenta del cambio en este indicador entre las elecciones legislativas de 2018 y las de 2022. La tendencia general para el oriente, sur y el Pacífico (con excepción de Nariño) es que se produjo una disminución de la participación con respecto a las elecciones de 2018. La hipótesis que se plantea respecto a esta observación es que estas zonas, históricamente afectadas por el conflicto, tuvieron un mayor porcentaje de participación en las elecciones pasadas por la relevancia que éstas tenían para la implementación de los acuerdos de paz y, por tanto, las decisiones tomadas en el congreso tendrían mayor impacto sobre sus territorios. Hoy, 4 años después, han retornado grupos armados a tomar el control sobre algunas zonas (lo que obstaculiza la participación) y la implementación de los acuerdos de paz ha dejado de ser un tema movilizador. Nuevamente,  la Costa Caribe se destaca no solo por sus altos niveles de participación sino por ser la zona en la que más diferencia hay entre los dos períodos. Tal cambio fue fundamental para los resultados de los partidos Conservador, de la U y Cambio Radical que deben muchos de los resultados obtenidos a los poderes regionales fuertes que allí se mantienen.

Finalmente, resulta interesante observar a partir del mapa 2 y el gráfico inmediatamente anterior que los grandes centros urbanos del país redujeron sus porcentajes de participación en relación con los datos del 2018.  Es un resultado particular, teniendo en cuenta que los partidos que lograron altas votaciones y corresponden a un sector alternativo o de izquierda concentran su electorado en las zonas urbanas. Una posible explicación puede aducirse a que las elecciones legislativas responden en gran medida a la expresión de poderes regionales que no tienen mucha cabida dentro de las grandes ciudades. 

El voto único partidista: ¿Una pulsion suicida de la clase política tradicional?

La reforma política que se está discutiendo actualmente en el Congreso parte de una propuesta sencilla del gobierno, que cabe en cuatro puntos: lista cerrada, mecanismos de democracia interna para elegir candidatos, incentivo a la participación de las mujeres con la lista cremallera, y autonomía administrativa del Consejo Nacional Electoral. Estos puntos han sido ampliamente discutidos en ocasiones previas, y pareciera que existe cierto ambiente para aprobarlos.

Sin embargo, como suele pasar con todas las reformas políticas, ésta ha sido la ocasión para proponer otros mecanismos, que se han guardado en reserva para ser discutidos en la segunda ronda de debates del Congreso en el próximo semestre. En particular, aprovechando la propuesta de lista cerrada cuyo objetivo es el fortalecimiento de los partidos, se propuso desde varias orillas, ir más allá con los mecanismos siguientes:

• La organización de elecciones simultáneas para presidente, congreso, y eventualmente, las locales (lo que justifica el polémico proyecto de alargar los mandatos de las autoridades locales actuales).
• Que no solo las elecciones fueran simultáneas para todos estos cargos, sino que se elijan a través de un “voto único partidista”. En otras palabras, se usaría una boleta única para elegir a todos estos cargos con un solo voto.
• Que en consecuencias, las cabezas de lista de candidatos a Senado sean los candidatos presidenciales.
• Que en el Senado 70 curules sean elegidas por 8 regiones y 30 por circunscripción nacional. Las regiones, su composición y el número de curules correspondientes serían:
1. Región Caribe: Atlántico, Bolívar, Cesar, Córdoba, La Guajira, Magdalena, Sucre y Archipiélago de San Andrés, le corresponderán 15 curules.
2. Región Pacifico: Cauca, Choco, Nariño y Valle del Cauca, le corresponderán 12 curules.
3. Región Capital: Distrito Capital de Bogotá, le corresponderán 11 curules.
4. Región Centro-Oriente: Boyacá, Cundinamarca, Norte de Santander y Santander, le corresponderán 11 curules.
5. Región Antioquia: Antioquia, le corresponderán 9 curules.
6. Región Centro-Sur: Putumayo, Amazonas, Caquetá, Huila y Tolima, le corresponderán 5 curules.
7. Región Eje Cafetero: Caldas, Quindío y Risaralda, le corresponderán 4 curules.
8. Región Llanos: Arauca, Vaupés, Casanare, Guainía, Guaviare, Vichada y Meta, le corresponderán 3 curules.
• Que en el caso de la Cámara, el umbral pase de 50% a 150% de los cuocientes electorales en cada departamento.

La adopción de semejante paquete de medidas implicaría un trastorno profundo de la representación política en el país, cuyas consecuencias son difíciles de evaluar, y que, a todas luces, no fueron pensadas detenidamente por los proponentes.

Empecemos por el final de la lista. Como lo manifestó la Misión de Observación Electoral, la propuesta de subir tan drásticamente el umbral a la Cámara no tiene sentido. El resultado es que, con base en los resultados actuales, muchos departamentos quedarían sin representación porque ningún partido pasaría el umbral, en particular en los departamentos más pequeños. Esta propuesta debe ser descartada de entrada.

El Senado regional es también inconveniente en principio. Se supone que las bases del bicameralismo colombiano radican en un Senado que representa el pluralismo de la opinión nacional mientras la Cámara representa los territorios. Buscar que el Senado también tenga una lógica territorial no solo socava los fundamentos del bicameralismo (si las dos cámaras van a ser territoriales, ¿Para qué dos cámaras?), sino que se logra además en detrimento de la lógica pluralista propia del Senado, castigando a las minorías políticas como lo muestra la proyección que realizamos con base en los resultados de las legislativas de marzo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ahí existe una alternativa entre representar las minorías territoriales y las minorías políticas. Lo uno no puede hacerse sino en detrimento de lo otro, y es una de las razones por las cuales existen dos cámaras con lógica de representación distinta. Es aconsejable que se quede así.
Ahora bien, el problema es que con el voto único partidista, el voto de las legislativas de 2018 ya no nos puede servir de referencia.

Con un solo voto para elegir presidente y congreso (dejando de lado las autoridades locales en aras de la simplicidad), los resultados serían con toda seguridad muy distintos a los actuales, y la pregunta que surge es ¿Qué pesará más en la elección de los ciudadanos, el presidente o los congresistas? Si son los congresistas que “halan” sus candidatos presidenciales, los resultados serían parecidos a los de marzo de 2018, y tendríamos un Senado tal como lo proyectamos arriba. Sin embargo, todo indica que no sería así. Pensar en estos términos es cometer el mismo error que la encuestadora Cifras y Conceptos con su polémico “modelo de pronósticos” de la campaña presidencial. No sólo la lógica del voto presidencial es autónoma con respecto a la del voto legislativo, sino que todo indica que es más sólidamente anclada en las preferencias de la mayoría de los electores. Es lo que parece indicar la experiencia internacional en los países en que existe un sistema de voto único partidista como Bolivia. Aun sin voto único, pero con simultaneidad de las elecciones, el caso de México nos muestra que el presidente puede halar una fuerza política sin mayor antecedente en el Congreso como MORENA detrás de López Obrador, a menos que el efecto sea contrarrestado por una fragmentación extrema como en Brasil, donde el partido de Bolsonaro también llegó a ser segundo en tamaño a partir de casi nada, pero con una bancada muy minoritaria. Esto tiene muchas razones: la preeminencia de la figura presidencial en los sistemas institucionales de América Latina, la mayor personalización del voto presidencial que suscita por tanto más amores y odios en el electorado, su mayor cubrimiento mediático, etc. Añaden a eso el hecho de que las listas cerradas debilitarían la lógica de cercanía y el clientelismo al cual apelan hoy en día la mayoría de los congresistas.

De modo que cabe preguntarse cómo sería nuestra proyección con el voto presidencial de mayo de 2018, es decir, con la hipótesis inversa según la cual el voto de los candidatos presidenciales “halaría” el voto de las listas de los congresistas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tanto en Senado como en Cámara, las curules quedarían agrupadas en un número reducido de partidos. En Senado se pasaría de 9 partidos representados, a 4 (el Senado regional ayudando a eliminar las minorías como el partido Liberal, que De la Calle no hubiera podido salvar), y en Cámara, de 12 a 4 (manteniendo el umbral a 50% del cuociente ya que como señalamos, un umbral de 150% dejaría muchos departamentos sin representantes).

La coalición presidencial obtendría una corta mayoría en la Cámara (aunque no si añadimos las 5 curules de la FARC), pero la oposición sería mayoritaria al Senado. Los partidos tradicionales desaparecerían, a menos que el partido conservador logre convencer a Duque de integrar sus candidatos en su lista, y le tocaría a la U hacer lo propio con Vargas Lleras.

Evidentemente, esta proyección debe ser tomada con prudencia. La decisión de los electores sería probablemente en un punto intermediario entre los actuales votos legislativos y presidenciales, aunque más cerca, pero no idéntico al segundo. También habría que tomar en cuenta las anticipaciones de los políticos. Más que desaparecer, los partidos tradicionales tratarían probablemente de integrar coaliciones ganadoras detrás de un candidato presidencial con perspectiva, pero quedarían dependientes de su apoyo.

En todo caso, este ejercicio nos sugiere que el voto único partidista y las medidas vinculadas tienen pocas perspectivas de ser aprobadas. Para los actuales congresistas se trataría de un salto al vacío.

El comportamiento de los senadores en las legislaturas 2014-2018

La época electoral es un momento propicio para hacer un balance del comportamiento de los congresistas, mirando particularmente el caso de los que aspiran a la reelección. Para eso, el Observatorio de la Representación Política hizo un análisis de 95 votos en plenaria que tuvieron lugar desde el principio de la primera legislatura (20 de julio de 2014) hasta marzo de 2017. Para cada proyecto, se tomó en cuenta el último voto en plenaria en segundo, cuarto, sexto u octavo debate (Estos dos últimos para los casos de proyectos de reforma constitucional).

El gráfico que presentamos ubica a todos los senadores en función de estos votos sobre dos planos. En el eje horizontal, se representa la diferencia entre los votos positivos y negativos de cada senador, es decir, se les ubica sobre un eje mayoría/oposición, considerando como un comportamiento de mayoría (a la derecha del gráfico) el hecho de apoyar los proyectos puestos a consideración de los senadores, y de oposición (a la izquierda) el hecho de votar negativamente una mayor proporción de proyectos. Para la interpretación, es importante anotar que la mayoría de los proyectos son de origen gubernamental (52 sobre 95, sin contar los que se presentan por una entidad gubernamental en alianza con un grupo de senadores. Por lo demás, muchos proyectos presentados por senadores oficialistas son en realidad preparados en consulta con los ministerios).

Por su parte, el eje vertical ubica a los senadores sobre una escala presencia/ausencia en función del porcentaje de votaciones de proyectos a las cuales tomaron parte. Cuanto más arriba el senador, más presencia tuvo en las votaciones, cuanto más abajo, más ausente estuvo. Aquí, hay que precisar que una baja tasa de participación a los votos en plenaria no significa necesariamente que el senador “no trabaja”. Los votos en plenarias son una parte pequeña del trabajo de los congresistas. Pueden ser muy activos en comisión y pocos presentes en la plenaria, a veces porque anticipan que su posición va a ser tan mayoritaria que no sirve su presencia, o al contrario, tan minoritaria que no vale la pena presentarse. Algunos senadores han utilizado también la abstención como una forma de oposición consciente y concertada en algunos casos, como fue el caso de la bancada de Centro Democrático.

Al observar la ubicación en el eje horizontal, uno observa que la diferencia entre el porcentaje de votos positivos y negativos es siempre positiva para todos los senadores, es decir, todos los senadores votaron más positivamente que negativo. Eso se explica en buena parte porque la mayoría de las decisiones adoptadas en plenaria son votos consensuales que no generan mayor debate (como los votos sobre honores y conmemoraciones).

Sin embargo existen comportamientos de bancada marcados que ubican a los partidos sobre un claro eje mayoría/oposición. Claramente, el Polo Democrático Alternativo da evidencia de que su pretensión a ser el único “verdadero” partido de oposición tiene algún fundamento. Se destaca por la importancia de sus votos negativos. Sin embargo, aunque la proporción es menor, la bancada de Centro Democrático también mostró una clara tendencia a votar más negativamente que el conjunto de la plenaria. Entre los demás partidos, los comportamientos son difíciles de distinguir sobre este eje.

Además, existen casos que, muestra la importancia de las posiciones individuales dentro de cada partido y del Senado mismo. Por ejemplo, Iván Cepeda del Polo Democrático es quien tiene el mayor número de votos negativos con un porcentaje de 27.3%, seguido por Senén Niño con un porcentaje de 24.2%. En cambio, al otro extremo del eje, dentro de los casos individuales se encuentran Faruk Urrutia del Centro Democrático, Jorge Eduardo Gechem de la U y Eugenio Prieto del Partido Liberal. Son los tres senadores que nunca votaron no a ningún proyecto (recordemos que el corte de nuestra base de datos es marzo de 2017), pero eso se explica porque entraron tarde al Senado en reemplazo de colegas. Fuera de esos tres casos, Carlos Enrique Soto Jaramillo y Musa Besaile de la U, fueron los senadores “más oficialistas”.

Vale la pena poner en discusión la coherencia de participación de los senadores respecto a su bancada, pues en partidos como la U, el Partido Liberal, Partido Conservador y Cambio Radical, existe una dispersión significativa a lo largo del eje vertical. La diferencia entre participación y abstención es la que más influye sobre la indisciplina en estos partidos oficialistas. En comparación, los partidos de oposición logran un nivel de disciplina y de participación mucho mayor.

Al observar la cohesión, de nuevo, se resalta la unidad en el Polo Democrático, con un índice de abstención que se encuentra entre el 60 y 50%, de la Alianza Verde con una abstención de sus senadores que se mueve dentro del 20 y 26%, exceptuando el caso de Iván Leónidas Name quien registra un 49% de abstención. El Centro Democrático también mantiene unanimidad en su dinámica de participación, puesto que se mueve dentro del eje en el 20 y 30% de abstención, salvo José Obdulio Gaviria que marca un 44% de abstención.