La abstención en Colombia: lo que se pretende prohibir

En el marco de la reforma del “equilibrio de poderes”, el Congreso decidió incluir sorpresivamente el tema del voto obligatorio. Lamentablemente, esta inclusión no fue el fruto de un debate informado, ni de un diagnóstico serio sobre la participación electoral en Colombia.

Sin pretender remediar esta carencia en este corto escrito, buscaremos contribuir al debate presentando algunas reflexiones sobre las variaciones territoriales del fenómeno. En efecto, detrás de las tasas de abstención nacionales, existe una multitud de casos y de variaciones regionales que nos sugieren que la abstención es un fenómeno complejo, que no podemos abordar con una mirada simplista y uniformadora.

Para realizar este estudio, hemos utilizado una técnica estadística llamada Clasificación Ascendente Jerárquica, que sin entrar en detalles técnicos, nos permitió agrupar los municipios del país en 6 grandes categorías lo más homogéneas posibles desde el punto de vista de las variables que tomamos en cuenta. Dichas variables son las tasas de participación registradas a nivel municipal en Colombia en las últimas elecciones de los ciclos 2006/07 y 2010/11, es decir, en ambo casos, de las legislativas (tomamos la elección del Senado como referencia), la Presidencial (en primera vuelta) y las locales (tomando la elección de los Alcaldes como referencia). Esto nos dio 6 series de tasas de participación: Senado 2006, Presidente 2006, Alcaldes 2007, Senado 2010, Presidente 2010, y Alcaldes 2011. Hemos tomado dos ciclos completos para minimizar las variaciones coyunturales que se hubieran podido presentar durante un ciclo particular, y excluimos las pasadas elecciones de 2014 para tomar en cuenta únicamente ciclos completos.

El resultado del ejercicio nos permite entender mejor la abstención en el país. Se puede resumir sobre el mapa sintético que presentamos a continuación, con su gráfico de leyenda. El mapa muestra 6 categorías de municipios en las cuales el comportamiento electoral es siempre relativamente homogéneo en los 6 eventos electorales analizados. Para una mejor comprensión, hemos puesto nombres a cada categoría y hemos representado en el gráfico de leyenda los valores promedios que tomó la tasa de participación en cada una de las 6 elecciones analizadas entre los municipios de cada categoría. Esos valores se pueden comparar con las tasas nacionales que están representadas por el primer grupo de barras del gráfico en azul.

Antes de pasar a observar las diferencias entre las categorías, es importante anotar que en todas existe una variación importante de la participación en función del tipo de elecciones. Colombia tiene la particularidad de convocar sistemáticamente una mayor participación en sus elecciones locales que en sus elecciones nacionales. Las comparaciones internacionales nos indican que suele suceder lo contrario en la mayoría de los países. Esto nos sugiere que Colombia es un país muy localista, y que la participación electoral pasa en muchos casos por el establecimiento de vínculos personales de confianza. El hecho ha sido visto tradicionalmente como una debilidad, particularmente por una ciencia política que ha estado inclinada a estigmatizar una cultura política “parroquial”, efectivamente proclive al clientelismo y la compra de votos. Sin embargo, uno lo puede también ver como una riqueza que suaviza en algo la falta de integración en todo sentido y la poca credibilidad de las instituciones nacionales en buena parte del país. En cualquier caso, es importante recordar para el debate sobre el voto obligatorio que la abstención es sobre todo un problema en el ámbito nacional, y no tanto en el ámbito local.

Mapa-3.1

grafico de leyenda 3

Una de las primeras enseñanzas del ejercicio es que la abstención no es un fenómeno uniforme. Existe una primera categoría que agrupa unos 189 municipios (en verde oscuro) que registran tasas de participación bastante altas, siempre muy por encima de los resultados nacionales. La participación allí roza incluso el 80% para las elecciones locales, tasas que soportan la comparación con países donde el voto ya es obligatorio. No obstante, oscilan apenas entre 55% y 60% en las elecciones locales (legislativas y presidenciales), lo que puede ser mucho con respecto al resto del país, pero sigue siendo bastante modesto. Estos municipios se ubican principalmente en la Cordillera Oriental, y el Piedemonte Llanero, así como en el interior de la Costa Caribe. Se trata de municipios pequeños en los cuales la densidad demográfica limitada contribuye a fortalecer estas relaciones de sociabilidad de cercanía que evocábamos.

En las tres siguientes categorías, la participación sigue siendo aceptable en las elecciones locales rozando el 70%. No obstante, se caracterizan con un comportamiento muy distinto en las elecciones nacionales.

La segunda categoría (verde claro) registra también buena participación, comparativa a la presidencial (por lo menos con respecto a los municipios de alta participación de la primera categoría), sin embargo, la participación legislativa cae 10 puntos para ubicarse por debajo de 50% en estos 261 municipios. Ellos se concentran geográficamente en el centro del país, en los departamentos de Cundinamarca, Boyacá, Santander, Casanare, y Meta. Se trata como podemos ver de la parte más integrada del país en el sentido de que con pocas excepciones, estos municipios se encuentran relativamente cercanos a la capital y a sus dinámicas. Esto los hace proclive a la participación tanto en la elección presidencial como en las locales. En cambio, el Congreso ya empieza a sufrir un serio problema de credibilidad en esta zona.

La tercera categoría (amarillo) es muy importante no sólo por el número de municipios que la componen, sino también porque se ubican entre ellos muchas grandes ciudades como Bogotá, Medellín y Cali. Por lo tanto, si concierne 273 municipios, puede abracar una buena mitad del electorado. Esto es la razón por la cual esta categoría es la más cercana a las cifras nacionales y que la denominamos “participación promedia”. La participación en las locales sigue por encima de las tasas nacionales pero las mayores ciudades se ubican entre las tasas más bajas de la categoría.

La categoría de participación localista (rosada) reúne a 136 municipios que presentan una tendencia interesante: en ellos las tasas de participación suelen ser muy altas en las legislativas y locales, alcanzando casi el nivel de la categoría de mayor participación. En cambio, la participación presidencial cae muy por debajo de las categorías anteriores. Así, estos municipios, principalmente ciudades medianas o pequeñas de la Costa Caribe tienen un perfil de participación en ruptura con el resto del país. El desinterés por la presidencial nos habla de una desconexión con respecto al debate nacional, mientras la participación local y legislativa dan cuenta de una cultura política regionalista, localista, y probablemente más marcadamente clientelista que en el resto del país.

Finalmente, quedan dos categorías de abstencionismo alto y extremo, con 161 y 75 municipios respectivamente. En ellas, la participación supera todavía el 50% en las elecciones locales, pero cae en niveles muy bajos para legislativas y presidenciales, del orden de 35% para el abstencionismo alto, y de menos de 30% para el abstencionismo extremo. Una mirada al mapa nos sugiere que estos municipios coinciden con las zonas que han sido históricamente más afectadas por la violencia (aunque uno registra también con preocupación la presencia de Barranquilla y Cartagena en la categoría de abstencionismo alto), y que ahí los actores violentos, la guerrilla en particular, tienen una responsabilidad importante en estas bajas tasas de participación. La diferencia relativa entre participación local y nacional es acá aún más marcada que en el resto del país. Lo único esperanzador en estas zonas es que la participación ha venido subiendo en el tiempo para todos los tipos de elecciones de manera más marcada que en el resto del país, lo que es un indicio adicional del papel de la violencia en ellas.

Este panorama nos invita a la reflexión. ¿Es factible que el Estado imponga el voto obligatorio en los municipios de mayor abstencionismo cuando todo indica que este comportamiento se vincula a la incapacidad histórica del Estado a ofrecer las condiciones de seguridad que permitieran la participación?

¿No valdría la pena preguntarnos sobre las causas del desinterés de buena parte de los pueblos de la Costa Caribe por la elección presidencial? ¿Será que este desinterés aplica en ambos sentidos?

¿Por qué en el país más integrado y urbano que representa la categoría de “participación promedia” la elección del Congreso apenas convoca los dos tercios de los que votan en las elecciones locales? ¿Será que los ciudadanos son perezosos y pasivos en unas elecciones y en otras no?

Estas preguntas no tienen respuestas evidentes, pero el voto obligatorio es la manera más expedita de no contestarla, y de paso, de privarnos de una interesantísima herramienta de observación de la realidad nacional.

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