El voto único partidista: ¿Una pulsion suicida de la clase política tradicional?

La reforma política que se está discutiendo actualmente en el Congreso parte de una propuesta sencilla del gobierno, que cabe en cuatro puntos: lista cerrada, mecanismos de democracia interna para elegir candidatos, incentivo a la participación de las mujeres con la lista cremallera, y autonomía administrativa del Consejo Nacional Electoral. Estos puntos han sido ampliamente discutidos en ocasiones previas, y pareciera que existe cierto ambiente para aprobarlos.

Sin embargo, como suele pasar con todas las reformas políticas, ésta ha sido la ocasión para proponer otros mecanismos, que se han guardado en reserva para ser discutidos en la segunda ronda de debates del Congreso en el próximo semestre. En particular, aprovechando la propuesta de lista cerrada cuyo objetivo es el fortalecimiento de los partidos, se propuso desde varias orillas, ir más allá con los mecanismos siguientes:

• La organización de elecciones simultáneas para presidente, congreso, y eventualmente, las locales (lo que justifica el polémico proyecto de alargar los mandatos de las autoridades locales actuales).
• Que no solo las elecciones fueran simultáneas para todos estos cargos, sino que se elijan a través de un “voto único partidista”. En otras palabras, se usaría una boleta única para elegir a todos estos cargos con un solo voto.
• Que en consecuencias, las cabezas de lista de candidatos a Senado sean los candidatos presidenciales.
• Que en el Senado 70 curules sean elegidas por 8 regiones y 30 por circunscripción nacional. Las regiones, su composición y el número de curules correspondientes serían:
1. Región Caribe: Atlántico, Bolívar, Cesar, Córdoba, La Guajira, Magdalena, Sucre y Archipiélago de San Andrés, le corresponderán 15 curules.
2. Región Pacifico: Cauca, Choco, Nariño y Valle del Cauca, le corresponderán 12 curules.
3. Región Capital: Distrito Capital de Bogotá, le corresponderán 11 curules.
4. Región Centro-Oriente: Boyacá, Cundinamarca, Norte de Santander y Santander, le corresponderán 11 curules.
5. Región Antioquia: Antioquia, le corresponderán 9 curules.
6. Región Centro-Sur: Putumayo, Amazonas, Caquetá, Huila y Tolima, le corresponderán 5 curules.
7. Región Eje Cafetero: Caldas, Quindío y Risaralda, le corresponderán 4 curules.
8. Región Llanos: Arauca, Vaupés, Casanare, Guainía, Guaviare, Vichada y Meta, le corresponderán 3 curules.
• Que en el caso de la Cámara, el umbral pase de 50% a 150% de los cuocientes electorales en cada departamento.

La adopción de semejante paquete de medidas implicaría un trastorno profundo de la representación política en el país, cuyas consecuencias son difíciles de evaluar, y que, a todas luces, no fueron pensadas detenidamente por los proponentes.

Empecemos por el final de la lista. Como lo manifestó la Misión de Observación Electoral, la propuesta de subir tan drásticamente el umbral a la Cámara no tiene sentido. El resultado es que, con base en los resultados actuales, muchos departamentos quedarían sin representación porque ningún partido pasaría el umbral, en particular en los departamentos más pequeños. Esta propuesta debe ser descartada de entrada.

El Senado regional es también inconveniente en principio. Se supone que las bases del bicameralismo colombiano radican en un Senado que representa el pluralismo de la opinión nacional mientras la Cámara representa los territorios. Buscar que el Senado también tenga una lógica territorial no solo socava los fundamentos del bicameralismo (si las dos cámaras van a ser territoriales, ¿Para qué dos cámaras?), sino que se logra además en detrimento de la lógica pluralista propia del Senado, castigando a las minorías políticas como lo muestra la proyección que realizamos con base en los resultados de las legislativas de marzo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ahí existe una alternativa entre representar las minorías territoriales y las minorías políticas. Lo uno no puede hacerse sino en detrimento de lo otro, y es una de las razones por las cuales existen dos cámaras con lógica de representación distinta. Es aconsejable que se quede así.
Ahora bien, el problema es que con el voto único partidista, el voto de las legislativas de 2018 ya no nos puede servir de referencia.

Con un solo voto para elegir presidente y congreso (dejando de lado las autoridades locales en aras de la simplicidad), los resultados serían con toda seguridad muy distintos a los actuales, y la pregunta que surge es ¿Qué pesará más en la elección de los ciudadanos, el presidente o los congresistas? Si son los congresistas que “halan” sus candidatos presidenciales, los resultados serían parecidos a los de marzo de 2018, y tendríamos un Senado tal como lo proyectamos arriba. Sin embargo, todo indica que no sería así. Pensar en estos términos es cometer el mismo error que la encuestadora Cifras y Conceptos con su polémico “modelo de pronósticos” de la campaña presidencial. No sólo la lógica del voto presidencial es autónoma con respecto a la del voto legislativo, sino que todo indica que es más sólidamente anclada en las preferencias de la mayoría de los electores. Es lo que parece indicar la experiencia internacional en los países en que existe un sistema de voto único partidista como Bolivia. Aun sin voto único, pero con simultaneidad de las elecciones, el caso de México nos muestra que el presidente puede halar una fuerza política sin mayor antecedente en el Congreso como MORENA detrás de López Obrador, a menos que el efecto sea contrarrestado por una fragmentación extrema como en Brasil, donde el partido de Bolsonaro también llegó a ser segundo en tamaño a partir de casi nada, pero con una bancada muy minoritaria. Esto tiene muchas razones: la preeminencia de la figura presidencial en los sistemas institucionales de América Latina, la mayor personalización del voto presidencial que suscita por tanto más amores y odios en el electorado, su mayor cubrimiento mediático, etc. Añaden a eso el hecho de que las listas cerradas debilitarían la lógica de cercanía y el clientelismo al cual apelan hoy en día la mayoría de los congresistas.

De modo que cabe preguntarse cómo sería nuestra proyección con el voto presidencial de mayo de 2018, es decir, con la hipótesis inversa según la cual el voto de los candidatos presidenciales “halaría” el voto de las listas de los congresistas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tanto en Senado como en Cámara, las curules quedarían agrupadas en un número reducido de partidos. En Senado se pasaría de 9 partidos representados, a 4 (el Senado regional ayudando a eliminar las minorías como el partido Liberal, que De la Calle no hubiera podido salvar), y en Cámara, de 12 a 4 (manteniendo el umbral a 50% del cuociente ya que como señalamos, un umbral de 150% dejaría muchos departamentos sin representantes).

La coalición presidencial obtendría una corta mayoría en la Cámara (aunque no si añadimos las 5 curules de la FARC), pero la oposición sería mayoritaria al Senado. Los partidos tradicionales desaparecerían, a menos que el partido conservador logre convencer a Duque de integrar sus candidatos en su lista, y le tocaría a la U hacer lo propio con Vargas Lleras.

Evidentemente, esta proyección debe ser tomada con prudencia. La decisión de los electores sería probablemente en un punto intermediario entre los actuales votos legislativos y presidenciales, aunque más cerca, pero no idéntico al segundo. También habría que tomar en cuenta las anticipaciones de los políticos. Más que desaparecer, los partidos tradicionales tratarían probablemente de integrar coaliciones ganadoras detrás de un candidato presidencial con perspectiva, pero quedarían dependientes de su apoyo.

En todo caso, este ejercicio nos sugiere que el voto único partidista y las medidas vinculadas tienen pocas perspectivas de ser aprobadas. Para los actuales congresistas se trataría de un salto al vacío.

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